martes, 16 de diciembre de 2008

Ifigenia, Violeta, Ismael.... ¡ y Plácido!

Acudí el pasado fin de semana a Valencia, ciudad que adoro especialmente, para presenciar ese gran acontecimiento que para los melómanos de Jerez de la Frontera es escuchar a Ismael Jordi cantando junto a Plácido Domingo en la Ifigenia en Tauride que anda ofreciendo el Palau de Les Arts.

Me pareció estupenda, en la función del sábado 13, la actuación de mi paisano. Le encontré bien de voz -más en los dos últimos actos que en los dos primeros-, me pareció centradísimo en lo estilístico -Gluck no es precisamente Donizetti- y en lo expresivo superó con holgura la dura prueba de cantar junto a dos monstruos sin que su interpretación resultara inadvertida; antes al contrario, se le aplaudió con entusiasmo al terminar la función, buena prueba de que había logrado insuflar credibilidad vocal y escénica al papel de Pylade.

Me gustó muchísimo en el rol titular Violeta Urmana, no tan deslumbrante como en su reciente Kundry valenciana (enlace) pero mucho más cómoda que en su Amelia madrileña (enlace); la voz es un portento por solidez y extensión, la línea de canto impecable y la adecuación al estilo parece buena a pesar de la importante robustez del instrumento. Sólo se podría pedir, como casi siempre ocurre con la artista, un poco más de calor y sensualidad en el fraseo, pero el portento canoro que ofrece es tal que uno se rinde ante la evidencia.

Ahora bien, el verdadero asombro de esta Ifigenia, el centro de todas las miradas, el milagro viviente de la lírica, se llama Plácido Domingo. ¿Que no se encuentra en su mejor momento vocal? Pues claro. De hecho el tenor madrileño tardó un poco en calentar la voz. Pero cuando se encontró en condiciones volvió a lucir ese timbre tan peculiar que le caracteriza con una pureza y una salud que, para su edad, nos hacen pensar en un pacto con el Diablo: desde el punto de vista biológico parece imposible que ningún cantante a semejante altura de su carrera se conserve de esta forma, y menos aún con una trayectoria tan agotadora. Alguien añadirá que Orestes no es Manrico ni Radamés, pero tampoco es un papel fácil ni carecemos precisamente de puntos de referencia discográficos para valorar su actuación: nada de títulos sin complicaciones y escasamente conocidos para una "jubilación" dorada, como hacen otras viejas glorias.

Luego está la cuestión estilística. Y ahí hasta los que reconocemos ser -arriesgándonos a recibir el escarnio de los puristas- grandes admiradores de Domingo somos incapaces de obviar, como en su Tamerlano del Real, su consabida incapacidad para las agilidades, que aquí le hicieron pasarlo mal en "Dieux qui me poursuivez", donde se tomó, como en el resto de la ópera, algunas libertades. Qué más da: su arte sigue siendo inconmensurable, y la manera en la que saborea cada frase para encontrar, sin caer nunca en blanduras ni en excesos, el matiz expresivo apropiado en cada situación, sigue siendo la de un verdadero maestro de la ópera. Genial, sencillamente, la escena del sueño del segundo acto. No puedo dejar de añadir, para quien haya escuchado la toma radiofónica del Metropolitan de hace un año que circula por Internet, que Domingo ha estado mucho mejor como Orestes en Valencia que en Nueva York.

Es quizá precisamente la comparación con la portentosa batuta de Louis Langrée, quien dirigió esta obra maestra del Clasicismo en el Met, lo que hace poner algún reparo a la de Patrick Fournillier en Valencia, no del todo dramático y un punto más aéreo y delicado de la cuenta. Aun así el maestro hizo un fenomenal trabajo al frente de esa maravilla que es la Orquesta de la Comunitat Valenciana y de la formación coral congregada para este título, el Cor de Cambra Amalthea, que a pesar de alguna falta de coordinación con el foso en el exigente primer acto estuvo a la altura en sus absolutamente decisivas intervenciones.

Se me olvidaban tres cosas: demasiado tosco el Thoas de Riccardo Zanellato, espléndida la Diane de Amparo Navarro (una voz a seguir la pista) y más bien fea y hortera, amén de dramáticamente nula, la producción escénica que venía del Met, aunque hay que decir en su descargo que era originalmente más ancha de lo que se vio en Valencia y que, por ende, se perdía la concepción plástica original. De todas formas escuchamos una obra bellísima en una interpretación musical de lujo, y volvimos a maravillarnos con quien va pasar, mal que le pese a algunos, como el tenor más famoso e importante de los últimos cincuenta años.

Ah, a quien le interese esta Ifigenia debe sin duda leer los blogs de Titus (enlace) y de Maac (enlace); en este último se incluyen un par de clips de audio de la función posterior a la que presencié.

2 comentarios:

Titus dijo...

Gracias por citarme, es un honor para un diletante como yo.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

¡Para diletante yo, qué demonios!

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