jueves, 25 de junio de 2009

¿Era Wagner un cabrón? Apuntes para su biografía

Esta breve introducción biográfica la escribí para acompañar el libreto de las representaciones de Tristán e Isolda que se ofrecieron en el sevillano Teatro de la Maestranza en mayo de 2009.
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Ningún compositor ha sido nunca tan negativamente valorado en lo que a su vida privada se refiere como Richard Wagner (Leipzig, 1813 – Venecia, 1883). No debería extrañarnos: un artista tan egocéntrico, tan megalómano, tan narcisista y -sobre todo- tan rematadamente genial tiene por fuerza que levantar pasiones. No sólo en contra, claro, pues no son pocos los admiradores que, dejándose arrastrar por la turbadora belleza de su creación, han querido justificar los aspectos más sombríos de su accidentada peripecia vital. Estos son los que en cualquier caso más han llamado la atención, y aquí los vamos a aprovechar para acercarnos a la biografía del artista.

El primer gran reproche que se le ha realizado es su poca sensatez a la hora de administrar las fortunas propias y ajenas. Al principio Wagner, que procedía de una modesta familia sajona de clase media, no fue precisamente un hombre adinerado. Tras unos años juveniles de aprendizaje y tanteo en los que pasó de ser un aspirante a dramaturgo a convertirse en un compositor de formación en buena medida autodidacta -aunque recibió clases del Cantor de Santo Tomás Theodor Weingig-, vivió un período de auténtica penuria económica como director del coro del teatro de Wuzburgo, primero, del de Magdeburgo después, y finalmente de los de Köningsberg y Riga. Del calamitoso estreno en 1836 de La prohibición de amar apenas pudo obtener beneficio. Y hasta tal punto crecieron sus deudas que en 1839 decidió huir a Francia para no tener que hacer frente a sus acreedores. Su primera esposa, la actriz Minna Planer, le siguió en una tempestuosa travesía por el Báltico que le servirá de inspiración para la imaginería de El Holandés Errante.

En la capital francesa las cosas no fueron mejor. Las esperanzas de estrenar allí la ópera que se traía entre manos, Rienzi, se vieron pronto frustradas, y aunque respirar la atmósfera artística parisina sería saludable para su formación intelectual, Wagner y su esposa llegaron a pasar hambre durante estos tres años.

El problema es que una vez consagrado como creador gracias al triunfal estreno de Rienzi en Dresde en 1842, que fue seguido de la presentación de su mucho más personal Holandés Errante en 1843 y de Tannhäuser dos años después, los problemas económicos seguirían persistiendo. Y no sólo porque Wagner no estaba dispuesto renunciar a las mejores condiciones artísticas para las producciones de sus obras, sino también porque el compositor iba pronto a acomodarse a un estilo de vida burgués que sólo se vería consolidado cuando, mucho tiempo después, el joven rey Luis II de Baviera se aprestase a hacerse cargo de sus innumerables deudas.

En el plano político Richard Wagner ha recibido también numerosos ataques. Es precisamente este periodo de Dresde el que más se ha prestado a controversia. El compositor había sido nombrado segundo maestro de capilla vitalicio de la Corte Real de Sajonia, pero no dudó en arriesgar no su posición participando activamente en las algaradas que pusieron en jaque a diversas monarquías absolutas europeas entre 1848 y 1849. Se sabe que Wagner -cumplía treinta y seis años por entonces- no sólo repartió propaganda revolucionaria, sino que llegó a preparar y distribuir bombas de mano. Fue además amigo -y vecino- del mismísimo Mihail Bakunin, con quien pudo intercambiar numerosas experiencias filosóficas, estéticas y políticas.

Mientras el celebérrimo ideólogo anarquista iba a parar a un campo de concentración en Siberia, una orden de búsqueda y captura por parte de la policía sajona mantuvo a nuestro artista doce años en el exilio. Y sin embargo el autor de Lohengrin, obra que es estrenada en Weimar por su gran amigo Franz Liszt ante la forzada ausencia del compositor, no tendrá reparos más adelante en mostrarse como decidido partidario del absolutismo y en arrimarse a la sombra del citado Luis II.

¿Pura conveniencia? ¿Paulatina sustitución de los “impulsos juveniles” por el “pragmatismo de la madurez”? Quizá no deberíamos olvidar que nuestra actual división mental entre progresismo y conservadurismo no se corresponde con la del siglo XIX, y menos aún con la de una Alemania que aún aspiraba a la unificación y en la que los movimientos revolucionarios estaban mucho más marcados por las aspiraciones nacionalistas que por las reivindicaciones democráticas.

De Zúrich a Venecia, pasando por Bayreuth

Graves son las acusaciones de antisemitismo que ha recibido el compositor. Y resulta difícil rebatirlas puesto que su actitud queda bien patente en El judaísmo en la música (1850), uno de los diversos ensayos que va a tener la oportunidad de escribir durante su exilio en Zúrich. Incluso un músico tan entregado a la creación wagneriana como el argentino-judeo-español-palestino Daniel Barenboim ha llegado a afirmar que su carácter antisemita superaba con mucho a lo que era habitual en la época, y no tiene problemas en manifestar tanta admiración por el Wagner-compositor como desprecio por el Wagner-individuo.

Claro que el mismo Barenboim tampoco dura a la hora de recordarnos que “en el siglo XIX, en Alemania el antisemitismo era casi una necesidad para los que eran nacionalistas cómo Wagner”. Además, diferentes investigadores han subrayado como el artista nunca rechazó la colaboración con destacadas personalidades del mundo hebreo, y que de hecho será un director judío, Hermann Levi, quien tendrá la oportunidad de estrenar su última obra.

Los asuntos de faldas dejaron también huella en su biografía. Lo cierto es que fue él el primer traicionado: Minna llegó a fugarse con otro hombre tan sólo unos meses después de la boda. Al final la pareja se reconcilió y, como apuntamos más arriba, ambos vivieron juntos la huída de Riga a París, pero la convivencia no iba a ser muy feliz desde entonces.

De hecho, lo que se le ha censurado a Wagner en el célebre affaire con Mathilde Wesendonck que marcó la etapa de exilio en Suiza no es que mantuviera relaciones extramatrimoniales (en 1850 había ya tenido una breve aventura con la joven Jessie Laussot), sino que lo hiciera con la bella esposa de quien tanta confianza había puesto en su persona: el rico comerciante Otto Wesendonck, que no sólo le había ofrecido su amistad y una vivienda (“El Asilo”), sino que además le había prestado un gran apoyo económico para solucionar sus elevadas deudas.

Si el apasionadísimo romance llegó a consumarse en lo físico nunca lo sabremos, pero lo cierto es que éste nos legó los Wesendonck lieder (1857-58) y empujó a Wagner a aparcar temporalmente la composición de su gigantesca tetralogía del Anillo del Nibelungo para consagrarse a Tristán e Isolda. La intervención de una encolerizada Minna obligará al compositor a terminar su nueva partitura alojado en Venecia en la más absoluta soledad y torturado por enfermedades diversas. Completaba la obra el seis de agosto de 1859.

Tras una breve estancia parisina donde conoce un fracaso histórico con la versión revisada de Tannhäuser, Wagner logra ser amnistiado por la policía alemana y se ve así libre para recorrer libremente Europa. Y en su periplo por todo el continente, desde Francia hasta Rusia, Wagner va a seguir mostrando una particular debilidad por el sexo femenino: rotas por completo las relaciones con Minna, Friederike Meyer en Francfort y Mathilde Maier en Maguncia van a ser sus aspiraciones para rellenar un hueco que al final ocupará la esposa de su más querido discípulo, el director de orquesta Hans von Bülow.

Ya buena amiga suya desde los tiempos de la Wesendonck (comparte con aquélla una gran diferencia de edad con su marido), la joven Cosima Liszt -hija natural del genial compositor y pianista- no va a dudar ni un momento a la hora de entregarse a Wagner: en solo cuatro años (1865-69) le da tres hijos, mientras von Bülow -que está al tanto de la situación- estrena finalmente su Tristán y una más reciente creación, Los Maestros Cantores de Núremberg. Sólo en 1870 Richard y Cosima formalizarán la relación uniéndose en matrimonio.

Aún queda una figura importante en su vida: la del citado rey Luis II. Que el monarca bávaro estaba platónicamente enamorado de Wagner -ya antes de conocerle en persona adoraba su música- es algo comúnmente aceptado por los historiadores. Que el compositor accediera a alimentar su pasión parece más improbable, aunque no faltan quienes sostienen que el autor de Lohengrin era un homosexual reprimido. Lo que sí es cierto es que nuestro artista se benefició de las circunstancias: en cuanto el joven Luis accede al trono en 1864 -tenía tan solo dieciocho años-, se ofrece inmediatamente a saldar las enormes deudas de Wagner, a ofrecerle un sueldo anual y a planificar el estreno de todas sus futuras obras.

El lujo del que Wagner empieza a vivir rodeado, las intrigas políticas en las que él mismo pretende participar y la por entonces escandalosa relación con Cosima -aún no divorciada de von Bülow- le hacen caer pronto en desgracia ante la corte, hasta el punto de que unos meses más tarde Luis II se ve obligado a hacerle abandonar Baviera e instalarse, junto a su pareja, en una villa en Lucerna. Allí compondrá, para celebrar el nacimiento de su cuarto hijo, el Idilio de Sigfrido.

En cualquier caso las ayudas del monarca continuaron, y su intervención de última hora va a ser decisiva para completar las aportaciones de numerosos patrocinadores privados en la inauguración, en 1876, del Festival de Bayreuth, donde Wagner culmina el sueño imposible de cualquier compositor: un teatro consagrado en exclusiva a su obra. Allí precisamente podrá ofrecer en su integridad y con gran lujo artístico el Anillo, con Luis II y el káiser del recientemente creado Imperio Alemán entre los asistentes, además de Bruckner, Tchaikovsky, Saint-Saëns, Liszt y los Wesendonck. Y allí estrenará en 1882 su última y más depurada creación, Parsifal, compuesta con especial parsimonia por un artista que ha de que lidiar con las enormes deudas que arrastraba su festival y con una serie de fatigosas enfermedades que terminarían llevándole a la tumba, aunque aún tiene tiempo para un encendido romance epistolar -incluyendo algún encuentro personal de naturaleza sospechosa- con la escritora francesa Judith Gautier.

¿Fue Wagner una persona poco recomendable? No es el momento de realizar valoraciones morales. Lo que sí podemos es corroborar que, con todas sus grandezas y miserias, seguirá generando innumerables controversias la vida de quien debemos calificar, desde la perspectiva que nos otorga nuestro siglo XXI, como uno de los más geniales artistas que ha conocido la Historia de la Cultura Occidental. Richard Wagner falleció en Venecia, a donde había retornado buscando la luz del Mediterráneo, el 13 de febrero de 1883. Sus restos descansan hoy en el jardín de Wahnfried, su villa de Bayreuth.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si tengo que elegir entre el hombre y su música... todo lo demás es una elección lógica.

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