lunes, 21 de diciembre de 2009

Las cuatro caras de Lorin Maazel

Entre la Madama Butterfly comentada en la entrada anterior y el concierto sinfónico de ayer domingo 20 de diciembre del que nos ocupamos ahora, Lorin Maazel ha mostrado en el valenciano Palau de Les Arts, al frente de la fabulosa orquesta por él formada, esa cuatro caras artísticas que tan bien conocen los melómanos aficionados al mundo del disco, en el que el maestro franco-norteamericano, cerca ya de cumplir los ochenta años, es un auténtico veterano.

Hay un primer Maazel personalísimo, discutible y genial, que dotado de una técnica de batuta de primer orden es capaz de poner patas arriba la partitura para desentrañar sus más escondidos secretos. A éste lo hemos tenido en el referido título pucciniano, del que ha realizado una labor "deconstructiva" ciertamente heterodoxa pero de todo punto fascinante. Como ya hemos hablado de ella (enlace), nada añadiremos al respecto.


Hay un segundo Maazel: el director no creativo pero sí de enorme solidez y elevada musicalidad, capaz de plegarse a cualquier estilo y de levantar el edificio sinfónico con una arquitectura irreprochable, sabiendo además ser vistoso y comunicativo sin caer en la retórica, la blandura o el efectismo. Este Maazel apareció en la Sinfonía nº 1 de Tchaikovsky, "sueños de invierno", que abría la primera parte del larguísimo programa de anoche. Algo más lenta y madura que su grabación para Decca de 1964, el maestro ofreció una magnífica recreación en la que todas las líneas estuvieron expuestas con meridiana claridad -mención especial para los contrabajos y las maderas en general- y en la que el pulso estuvo admirablemente sostenido. Quizá el segundo movimiento, paladeado con delectación y extraordinaria belleza, podía haber resultado aún más comunicativo, pero también hay que subrayar la manera en que el movimiento conclusivo -lo menos bueno, con diferencia, de esta obra un tanto banal- sonó con una fuerza, una brillantez y una sinceridad que no se merece.

El tercer Maazel es el director aseado y cumplidor que se limita a que todo suene bien sin apenas implicarse en los aspectos expresivos. El director de los "bolos de lujo", para entendernos. En el concierto valenciano este Maazel hizo acto de presencia en gran parte de la segunda mitad del programa, concretamente en una rápida y superficial -aunque magníficamente expuesta- suite de El Cascanueces. La rutina también apareció en la breve selección de El lago de los cisnes que cerraba el programa, aunque no podemos dejar de subrayar la fuerza expresiva que exhibió Maazel en el "tema principal" y las soberbias intervenciones solistas (¡qué orquesta, cielo santo!) en la variación nº 5.

Claro que aún hay un cuarto Maazel: el director zafio y hortera, que pone su enorme destreza técnica al servicio del efectismo con la única intención de lograr el aplauso fácil. Este terrible Maazel se había asomado en algunos brevísimos instantes de la referida Butterfly, pero donde realmente cobró protagonismo fue en el vals del Cascanueces, precipitado, machacón y extremadamente vulgar, sin sensualidad ni encanto, además de sazonado por soluciones de discutible gusto. Un horror que, por fortuna, duró poco. El vals del Lago se mantuvo en parecida línea, pero sin llegar a semejantes desmanes.

Ah, entre ambos ballets el maestro se tomó la revancha por la supresión de su Murciélago y decidió incluir las dos arias de Adele de la deliciosa opereta de Strauss. Dirigidas de manera insuperable (¡qué grandísimo es Maazel cuando quiere!), permitieron al respetable reparar en las bondades de Olga Peretiatko, soprano ligera de voz pequeña pero admirable musicalidad, gran desparpajo escénico y técnica más que notable. De propina, la joven y guapa cantante ofreció el aria de Olympia de Los cuentos de Hoffmann, en la que se desenvolvió con admirable virtuosismo en escalas, trinos y demás agilidades, solo mostrando algunos ligeros apuros en las notas más estratosféricas. Su éxito entre el público realmente amplio, tanto como su hermoso y muy comentado escote: con el frío que hacía esa noche, qué mal lo debió de pasar la chavala.

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