domingo, 14 de marzo de 2010

Maazel hace Tchaikovsky y Sibelius en Valencia

Bueno, parece que la señora Helga Schmidt ha decidido prescindir de los servicios de Lorin Maazel y no renovar su contrato para la temporada 2011/2012, sustituyéndole por un joven absolutamente desconocido del que nadie ha oído hablar. Muy grande debe de ser el agujero económico del Palau de Les Arts para mandar a su casa a un director de semejante talento (y que, según se ha publicado por ahí, estaba dispuesto a continuar en Valencia), aunque también es cierto que el maestro franco-americano, que cumplió ochenta años el pasado miércoles 10 de marzo, es con diferencia el más caro del planeta. En cualquier caso no hay que perderse ni un solo de los conciertos de Maazel, porque son presumiblemente los últimos frente a la excepcional orquesta que él formó, la de la Comunidad Valenciana.

Suite nº 3 op. 55 de Tchaikovsky en la primera parte del programa del sábado 13 de marzo. Una obra flojita, pero la grabación del propio Maazel al frente de la Filarmónica de Viena registrada en 1977 por Decca (y disponible en CD solo en Australia, qué cosas) le saca un insólito partido: es difícil concebir una unión más perfecta entre elegancia, cantabilidad, chispa, fuerza dramática y brillantez. La interpretación ofrecida en Valencia anduvo por los mismos derroteros, es decir, fue magnífica, pero no llegó a un nivel tan estratosférico, dando la impresión de que no estuvo todo lo trabajada -léase ensayada- que debiera al echarse de menos la capacidad para el matiz y la sinceridad prodigiosa del referido registro. En cualquier caso, insisto, interpretación de mucha altura y en general bastante parecida a la anterior, excepción hecha del scherzo, que ahora Maazel aborda con menor vivacidad.

En la Segunda de Sibelius sí que hubo considerables diferencias con respecto a su áspero y escarpado registro de 1964 con la Wiener Philharmoniker (el posterior con la Sinfónica de Pittsburg no lo conozco). Por lo pronto en los tempi: 43’ 23’’ de la interpretación vienesa frente a los casi 50 (lamento no haber cronometrado con exactitud) de la valenciana. Semejante ralentización, unida a la prodigiosa técnica de batuta de Maazel, consiguieron una clarificación del entramado orquestal de esas que le dejan a uno con la boca abierta.

Pero lo fundamental ha sido el cambio de concepto. Frente al Sibelius digamos “expresionista” del Maazel joven, muy atractivo por su frescura y rebeldía pero no del todo maduro, hemos encontrado aquí el Sibelius del Maazel octogenario, que en absoluto se puede considerar como otoñal pero sí que ha perdido nervio, electricidad y rusticidad para ganar considerablemente en planificación, concentración y -sobre todo- densidad, hasta el punto de que la música del compositor finlandés parecía pasada por el filtro de Bruckner. No hubo, por otra parte, la menor concesión ni a lo contemplativo ni al hedonismo sonoro. ¿Discutible y poco idiomático? Es posible, pero el resultado fue acongojante, sobre todo en un final de una tensión y fuerza dramática fuera de lo común: sin duda una de las cosas más impresionantes que quien suscribe ha escuchado nunca en directo.

De la orquesta es necesario repetir que es fabulosa, pero también debemos hacer constar que ni de lejos posee la belleza sonora de la Filarmónica de Viena, lo que en Tchaikovsky la dejó muy en evidencia pese a la magnífica intervención del concertino en el tema con variaciones. En Sibelius, por el contrario, no hubo tanto que echar en falta. De hecho, impresionó muy especialmente la sonoridad oscura y prieta que el maestro obtuvo de la formación valenciana, a la que habría que escuchar un Brahms o un Bruckner cuanto antes. Antes que se marche Maazel y los músicos que la integran comiencen la tocata y fuga, quiero decir.

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