domingo, 4 de abril de 2010

Pinnock y Koopman, desmontando tópicos

Cada vez que un director de la línea historicista se pone al frente de una orquesta tradicional para hacer repertorio del siglo XVIII se escucha uno de los dos tópicos ineludibles en semejante circunstancia: bien eso de que "la batuta tiene que amoldarse necesariamente a las particularidades de la formación y renunciar a pretensiones filológicas", bien aquello de que "hay que obligar a los músicos a transformar su técnica para que suenen con el mayor parecido posible a una formación de instrumentos originales". De demostrar que ambas premisas son rigurosamente falsas, toda vez que ambas maneras son igualmente válidas, se encargan dos grandes músicos en sendos conciertos, disponibles en el "Digital Concert Hall" del que venimos repetidamente hablando en este blog, al frente nada menos que de la Filarmónica de Berlín. Los dos, casualmente, admirables clavecinistas: Trevor Pinnock y Ton Koopman.



En un programa dedicado íntegramente a Mozart registrado en la Philharmonie Berlinesa el 10 de octubre de 2008 (enlace), el británico decide respetar la tradición y, aun moderando el vibrato y aligerando las texturas de manera razonable (es decir, sin caer en la insoportable ingravidez de un Abbado, pongamos por caso), ofrece unas lecturas de perfecta ortodoxia "sinfónica" que en el plano expresivo sabe atender a ese sentido del equilibrio, la elegancia y la mesura tan peculiares de Mozart, añadiendo la imprescindible cantabilidad del fraseo y una dosis no pequeña de tensión sonora, aunque sus recreaciones sean mayormente apolíneas.

Concretando más, nuestro artista triunfa con una Sinfonía nº 25 que respira naturalidad en el Andante -por momentos algo soso y quizá un punto más coqueto de la cuenta- y desprende entusiasmo en los movimientos extremos. La orquesta está soberbia, sobresaliendo la labor de las maderas en el trío. La inclusión de un clave como bajo continuo -por descontado el propio director- es el único detalle historicista en esta lectura maravillosamente tradicional. En la misma línea, aunque ya sin teclado, se encuentra la recreación de la celebérrima Sinfonía nº 40, en la que Pinock sabe aunar elegancia y dramatismo, aunque no consigue -todo hay que decirlo- inyectar tensión y convicción al Andante.



En el hermosísimo Concierto para piano nº 9, "Jeuhehomme" Pinnock está a la altura de las circunstancias, aunque aquí Maria Joao Pires se muestra en su línea habitual: enorme belleza sonora, fraseo de extraordinariamente cálido y comunicativo... y una clara tendencia a obviar los aspectos más dramáticos de la partitura. Una recreación muy seductora (cuando hizo esta misma obra en el Villamarta hace años nos quedamos boquiabiertos) pero un tanto superficial, siempre dentro de un alto nivel.

El concierto de Koopman (enlace) tuvo lugar no hace mucho, el 30 de enero de 2010, con Haydn y su amado J. S. Bach en los atriles. En él el holandés hace todo lo contrario que el británico: transformar la articulación de los profesores hasta hacer irreconocible a la Filarmónica de Berlín y hacerla sonar casi, casi como la Orquesta Barroca de Amsterdam. No solo en el compositor alemán, sino también en el austríaco. Y lo hace maravillosamente bien, construyendo una Sinfonía nº 98 llena de fuerza, teatralidad, incisividad y sentido de los contrastes, en la que que sabe aunar los aspectos lúdicos de la pieza -evitando la frivolidad- con cierto regusto dramático, al tiempo que se permite subrayar en el último movimiento las conexiones con Rossini. La fuerza expresiva, la vitalidad y la tensión sonoras son excepcionales, circunstancia a la que no es ajena la musicalidad excelsa de los solistas de la orquesta. Que el clave del final haya sido sustituido por un órgano no pasa de ser una divertida anécdota.

Ante el Bach de Koopman no es necesario a estas alturas lanzar muchos elogios. La Suite orquestal nº 3 es en sus manos un prodigio de teatralidad barroca, si bien la emblemática aria, de legato muy moderado, no le resulta todo lo cálida y emotiva que debiera. Y qué manera de obtener de la filarmónica berlinesa una rusticidad de lo más adecuada. Irreprochable el motete -atribuido a Bach- Lobet der Herrn, alle Heiden, que introduce en el programa a un excelente RIAS Kammerchor. En cuanto al Magnificat que cierra la velada, y contando con un digno plantel de solistas vocales, solo cabe elogiar la transparencia de la dirección de Koopman, que consigue extraer de la partitura una espiritualidad tan sencilla y natural como sincera.

En fin, dos conciertos de muy alto nivel que como decíamos al principio vienen a tirar por tierra los apriorismos estilísticos que tanto circulan hoy por ahí: si detrás hay un gran músico que respeta al autor y sabe bien lo que se hace, cualquier aproximación al repertorio dieciochesco es válida independientemente de las cualidades de la orquesta utilizada. Se pongan algunos como se pongan.

Ah, otra visión -no muy diferente de la mía- sobre estos conciertos en el blog de Ángel Carracosa (enlace).

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