martes, 16 de agosto de 2011

Tríos de Shostakovich y Copland por el Wanderer

COPLAND: Trío Vitebsk (estudio sobre un tema judío).
SHOSTAKOVICH: tríos con piano nº 1 y 2.

Trío Wanderer.
Harmonia Mundi, HMG 501825
54’49’’
DDD
Harmonia Mundi Ibérica
****
M

Precioso e inteligente programa el que ofrece este disco dedicado a Shostakovich y Copland que grabaron, con excelente toma sonora, los ingenieros de Harmonia Mundi en mayo de 2003. Arranca con el Trío con piano nº 1 del compositor ruso, que aun concebido nada menos que a los dieciséis años de edad se aleja de cualquier carácter juvenil más o menos lúdico para mostrar a las claras, como lo hará algo después la Primera Sinfonía (enlace), esa mezcla de vuelo lírico, desequilibrio psicológico y profunda desesperación que caracterizará la madurez del artista. Prosigue con el Trío con piano nº 2, ya de 1944 y escrito a la memoria de su queridísimo amigo Iván Sollertinski, sin duda una de las obras más estremecedoras de toda la producción camerística del autor de La nariz, pues no en balde se sitúa cronológicamente entre las sinfonías Octava y Novena. El tema judío que Shostakovich utiliza aquí a manera de terrorífica danza macabra, el mismo que reaparecerá años más tarde en su acongojante Cuarteto nº 8, enlaza esta página con la que cierra el disco, el Trío Vitebsk conocido también como Estudio sobre un tema judío, que el neoyorquino escribió en 1929 cuando aún no alcanzaba la treintena; de nuevo una obra juvenil bastante atípica, porque nos encontramos con una pieza aristada, inquietante y muy abstracta, por completo alejada del neo-tonalismo más o menos “folclórico” que habitualmente asociamos a su obra.

Las interpretaciones son de alto nivel. El sonido tan bello como afilado del Wanderer resulta ideal para la recreación tensa, incisiva y de atractivo distanciamiento expresivo que pone de relieve los aspectos más modernos de la página de Copland. Del nº 1 de Shostakovich nos ofrecen una interpretación ágil, muy hermosamente sonada, dotada de un elegante clasicismo y capaz de alcanzar un clímax de intensa emoción, aunque diste de cargar las tintas en los aspectos corrosivos y, a mi entender, peque de cierto nerviosismo. Esto último desde luego no ocurre en el nº 2 del ruso, que conoce aquí una magnífica recreación que, desde el carácter espectral del arranque hasta el nihilismo de la coda conclusiva, sabe ofrecer todo el dramatismo, el carácter alucinatorio, la atmósfera opresiva y el desgarro que anidan los pentagramas. Un gran disco, sin duda, aunque no podamos olvidar la genial recreación que de la última obra citada grabaron Elisabeth Leonskaja y el Cuarteto Borodin en 1995 para Teldec.

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