miércoles, 27 de junio de 2012

Tremenda Urmana como Medea en Les Arts

Nunca me había gustado tantísimo Violeta Urmana como en esta Medea que le vi el pasado domingo 24 en el Palau de Les Arts. ¿Cambios de color en el grave? Pues sí. ¿Agudos problemáticos? Claro, es una mezzo. Pero su voz sigue siendo opulenta, su técnica -pese a los reparos apuntados- muy sólida, su línea espléndida y su compromiso expresivo, aquí está la clave, muy por encima del que suele hace gala. El rol es largo, comprometido y exigente: por su parte, triunfo total y absoluto gracias a su capacidad de comunicar toda la gama psicológica del personaje sin caer en truculencias ni perder de vista la belleza, elegancia y equilibrio que demanda el repertorio clásico. Por descontado, no hay en su interpretación el menor resquicio para el narcisismo canoro. Todo en su Medea desprende sinceridad y emoción en el más alto grado, insisto que sin lugar para el desmelene o el numerito de circo. A mi entender, Urmana ha alcanzado aquí la cima de su carrera -o una de las cimas, esperemos que haya otras- y ha marcado un hito en la reivindicación del título de Cherubini, una obra no muy interesante si no cuenta, como ha sido el caso, con una protagonista de primerísimo orden.

Aunque fue la mezzo lituana la que nos mantuvo en vilo a lo largo de la función y, claro está, despertó un enorme entusiasmo entre la mayoría de los que allí nos encontrábamos a la hora de los aplausos, hubo otra voz de enorme categoría en esta producción valenciana: María José Montiel, probablemente la cantante más minusvalorada de todo el panorama español, compuso una Neris insuperable en su maneja de conjugar belleza vocal e intensidad contenida. ¡Lástima que su rol fuera tan corto! La tercera fémina era la en otros tiempos espléndida y ahora vibradísima -tremolante, vamos- Ofelia Sala: los veinte minutos de su Glauce se hicieron difícilmente soportables. Muy sonoro y poderoso, antes que refinado en su línea, el Creonte de Dmitri Beloselski, y cumplidor sin más con su voz fea de emisión típicamente eslava el Giasone de Serguei Skorokhodov.

Zubin Mehta se redimió de su pasteloso Tristán de la noche anterior (enlace) con una dirección -por cierto, gran mérito de Helga Schmidt haberle hecho aprender la partitura como favor personal- no solo de la impecable factura que podemos esperar del director indio, sino también elegante, bien trazada en sus tensiones, llena de fuerza dramática contenida y perfecta en su dominio del lenguaje clásico con el rabillo del ojo puesto en el Romanticismo: hubo vigor y robustez, sí, pero no pesadez, ni falta de claridad, ni tampoco esa sensación de piloto automático o rutina de altura -que diría mi amigo Carrascosa- que desprende el maestro cuando se acerca al mundo clasicista, en Don Giovanni sin ir más lejos (enlace). Puede que se echara de menos un punto más de sal y pimienta, tal vez de frescura, pero su labor fue globalmente notabilísima e hizo mucho por los espléndidos resultados musicales de esta Medea.

A ellos tampoco fueron ajenos precisamente la orquesta y el coro de la casa: es en este tipo de repertorio, no en Verdi o en Wagner, que tanto exige una perfección y un refinamiento absolutos desde el punto de vista técnico, donde más se nota la calidad de los cuerpos estables de un teatro. Los de Valencia siguen siendo de primera, para envidia de algunos. Otra cosa es la pasta que se han gastado.

La producción escénica de Gerardo Vera me gustó poco en Il Trovatore de dos días antes (enlace). El concepto escénico sigue siendo el mismo, y la dirección de actores permanece igual de pobre, pero ahora las diferentes situaciones parecen bastante mejor resueltas y el uso de escenografía e iluminación resulta más sugerente. Por descontado, a años luz por debajo de la producción de Warlikowski que comenté por aquí (enlace), esa misma de la horrorosa dirección musical de Rousset, pero aun así lo del dramaturgo y cineasta español ha sido honesto, sensato y cumplidor, redondeando una velada de ópera memorable. Ojalá que, con la que está cayendo, sigamos viendo cosas es este nivel.

Ah, no dejen de leer las crónicas de Atticus y Maac, ni de ver a la señora esposa de Zubin Mehta haciendo de Medea con música de Bernard Herrmann a través del siguiente enlace. No, no es broma.

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