jueves, 12 de julio de 2012

El temperamento de Luisotti con la Filarmónica de Berlín

Creo que hasta ahora solo había escuchado una vez a Nicola Luisotti. Fue en directo: un notable Simon Boccanegra en el Teatro de la Maestranza en marzo de 2005. Por entonces no era conocido, pero ahora lleva ya unos cuantos años dirigiendo la Ópera de San Francisco. Sobre su modus operandi, ni idea. Por eso me ha resultado particularmente interesante su concierto frente a la Filarmónica de Berlín del 23 de diciembre de 2011 que he podido ver en la Digital Concert Hall de la formación alemana. Me ha gustado bastante.

Luisotti Filarmónica Berlín

En el Gloria de Poulenc el maestro hace honor tanto a su procedencia cultural como a su especialización en la lírica. Ofrece así una interpretación por un lado mucho antes italiana que francesa, esto es, más fogosa que elegante o delicada, y por otro bastante más operística que religiosa, lo que implica que los aspectos más misteriosos y espirituales de la partitura -también los sensuales e incluso los frívolos, que los tiene- quedan relegados ante un verdadero despliegue de teatralidad, garra y fuerza dramática, añadiendo algunos tintes lacerantes de gran interés. Una opción personal y discutible, pues, como ya lo era en esta misma línea la espléndida de Mariss Jansons (RCO Live), pero en cualquier caso de gran atractivo y espléndidamente realizada. A destacar el buen trabajo del Coro de la Radio de Berlín y la calidad de la voz de Leah Crocetto, a la que el maestro se trajo -así lo confiesa en la entrevista complementaria- desde San Francisco.

Quinta de Prokofiev en la segunda parte. No hay heterodoxia estilística aquí ninguna, sino una admirable fusión entre el temperamento de Luisotti y la naturaleza de la partitura. Tampoco hay particular creatividad. Nos encontramos, pues, ante una interpretación de la más lograda ortodoxia posible, sonada con un músculo y una carnosidad muy apropiadas para Prokofiev, y enfocada de manera poderosa, dramática y encendida, alcanzando unas dosis de energía realmente elevadas, pero controladas siempre por una batuta firme, concentrada, atenta al entramado polifónico y con las cosas muy claras. Falta quizá un punto de ironía y mala leche, aunque ésta la aportan, siempre de manera suave, los formidables solistas de la no menos formidable orquesta, probablemente la ideal para esta partitura.

Precediendo cada una de las dos mitades del concierto, Emmanuel Pahud ofrece dos breves piezas para flauta sola recreadas de manera portentosa: si en Syrinx de Debussy fascina la manera de inyectar tensión dramática sin perder el estilo, con la Sequenza nº 1 de Luciano Berio asombra no solo por el absoluto dominio de los más recónditos sonidos del instrumento, la portentosa agilidad digital y el dominio de la respiración, sino también por las aristas, la palpitación interna y hasta la rebeldía -siempre comunicativa- que logra extraer de los pentagramas. Concierto muy recomendable en su integridad, pues.

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