jueves, 20 de diciembre de 2012

Batiashvili y Shostakovich: belleza en el dolor

En el concierto del pasado domingo por la mañana en el Auditorio Nacional ya comentado por aquí los chicos de Universal habían puesto un stand para vender los dos discos de Lisa Batiashvili para Deutsche Grammophon; la violinista georgiana los firmaría en el intermedio. A pesar de que el precio subía a unos escandalosos veinte euros, no pude resistir la tentación y me hice con el primero de ellos (el otro era Concierto de Brahms con Thielemann). Se titula Echoes of Time y está consagrado a artistas afectados de una manera u otra por el régimen de la Unión Soviética: Rachmaninov, Shostakovich, Pärt y el más desconocido Giya Kancheli, compatriota de la solista. Esa-Pekka Salonen y la Bayerischen Rundfunks –extraña combinación– la acompañan en las páginas con orquesta y el siempre admirable piano de Hélène Grimaud en las restantes. Los registros fueron realizados en 2010 con una espléndida toma sonora.


El profesor de la Vatiashvili había sido a su vez discípulo de David Oistrakh, dedicatario del Concierto para violín nº 1 de Shostakovich y probablemente, aun a día de hoy, su más grande intérprete, sobre todo en sus registros junto a Mitropoulos y Mravinsky (el de EMI con el hijo del compositor a la batuta interesa bastante menos). Pues bien, por mucho que nuestra artista reivindique esta filiación –véase la entrevista en YouTube–, lo cierto es que su acercamiento no se parece a los del mítico violinista. Dueña de un sonido dulce y delicado, aunque en absoluto frágil, y en cualquier caso muy bello –en esta página se sirve del Stradivarius Venus, de 1727–, así como de una espléndida afinación y un enorme virtuosismo digital, nuestra artista demuestra que es posible acercarse a esta obra desde una perspectiva eminentemente lírica, mucho menos visceral y desgarrada que lo acostumbrado, sin caer en la blandura y no perder el carácter doliente que los pentagramas demandan. Se pueden echar de menos la incandescencia y el dramatismo extremo del citado Oistrakh, pero en cualquier caso la opción está admirablemente resuelta y, eso desde luego, en el último movimiento se ofrece una buena dosis de brillantez sin quedarse en la superficie de la obra.


Salonen dirige con su habitual rigor arquitectónico y capacidad para analizar la obra alcanzando el adecuado punto de equilibrio entre el expresionismo shostakoviano y el enfoque más poético de la solista, sin necesidad por tanto de subrayar las aristas pero sabiendo mantener la tensión interna y el dramatismo necesarios. Solo se podía pedir algo más de grandeza en la tremenda passacaglia, el corazón de la obra. De propina se nos ofrece la transcripción para violín y orquesta –realizada por el padre de la propia Vatiashvili– de la Danza de las siete muñecas de Shostakovich, dicha con encanto y delicadeza; es justamente la música que pueden escuchar a continuación.


La Vocalise de Rachmaninov que interpreta junto a Hélène Grimaud comienza de manera particularmente dulce y delicada, en cualquier caso ajena al amaneramiento, para luego ir incrementando –sin perder la belleza sonora ni el control del fraseo– la tensión de manera muy apasionada, por momentos incluso escarpada. Spiegel im Spiegel (Espejo en el espejo) de Arvo Pärt –escribió la obra en 1978, justo antes de largarse de su país de origen– gustará sobre todo a los amantes del misticismo repetitivo del compositor estonio. No me cuento entre ellos pero he disfrutado, porque esta vez son solo diez minutos y las dos artistas saben ofrecer emoción auténtica –rotundos los acordes graves en el teclado– sin caer en la trampa del mero hedonismo “relajante”.

La pieza más reciente del disco es de 1994: V & V de Giya Kancheli, página para violín, voz pregrabada y orquesta de cuerda que también se enmarca, en cierto modo, en la nostalgia un tanto mística de Pärt; en cualquier caso resulta hermosa y completa muy bien el disco.

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