miércoles, 19 de junio de 2013

El Shostakovich de Petrenko, con cuentagotas: Segunda y Decimoquinta

Lentísima la aparición de la integral sinfónica de Shostakovich a cargo de Vasily Petrenko y la Royal Liverpool Philharmonic Orchestra en el sello Naxos. Aquí ya han aparecido diversos comentarios: un compacto con la Undécima (enlace), otro con la Quinta y la Novena (enlace), otro con la Octava (enlace), otro con la Primera y la Tercera y seguidamente otro más con la Décima, siendo reseñados estos dos últimos en una sola entrada (enlace). El de la Sexta y la Decimosegunda no he podido escucharlo. Vamos ahora con el que incluye las sinfonías Segunda y Decimoquinta, que no pueden ser más dispares entre sí: la juvenil experimentación formal a la sombra de la efervescencia revolucionaria por un lado, la desmaterialización esencial y marcadamente pesimista de un anciano al borde de la muerte, por otro.

Petrenko Shostakovich 2 Octubre 15

La Sinfonía “a octubre” es una obra francamente floja que necesita de una batuta de primera, tanto en lo técnico como en lo expresivo, para funcionar como es debido. Por fortuna el maestro de San Petersburgo nos ofrece una formidable recreación en la que acierta por completo tanto en el tratamiento de las texturas del arranque –muy bien diseccionadas– como en el descaro sonoro de la sección central y en la fuerza épica del coro conclusivo (que sabe sonar “proletario”, y no “burgués” como le ocurría a Jansons), todo ello inyectando tensión interna, empuje y sinceridad para redondear una lectura de admirable construcción y perfecto estilo, sabiendo resultar “moderna” sin necesidad de limar aristas pero sin tampoco caer en la estridencia ni perder la finura de trazo. El coro de Liverpool, magnífico pese a que no suena muy ruso. Entre las interpretaciones discográficas recientes, esta me parece superior a las muy notables de Wigglesworth y Gergiev, y entre las más antiguas pocas me parecen aún más logradas. Si acaso, la de Haitink.

La espectral Decimoquinta es harina de otro costal. Tras un primer movimiento bien planteado, en el punto justo entre misterio e ironía, pero no del todo apoyado por unos metales que no son gran cosa, sorprende la extrema lentitud de un Adagio que se estira hasta los 17’25’’ (superando el récord de los 16’20’’ de Sanderling en Cleveland) sin que se pierda el pulso, consiguiendo así ofrecer un carácter particularmente fantasmagórico al que también contribuyen de manera decisiva unos solistas muy atinados en sus intervenciones. El tercero resulta más socarrón que virulento y permite que se luzcan las maderas de la esforzada orquesta británica. Por desgracia pincha el cuarto, de nuevo lento –no tanto como el segundo– pero esta vez convenciendo poco debido al carácter más bien tristón y mortecino, con escasa garra dramática en el clímax de la marcha y sin una dirección muy clara en la coda, que le imprime la batuta. En sus tres diferentes grabaciones, Sanderling es sin duda la referencia.

Las grabaciones se realizaron respectivamente en junio de 2011 y octubre de 2010, con toma sonora notabilísima pero no a la altura de las mejores de hoy día. Por lo demás, la irregularidad extrema sigue presidiendo este ciclo de Petrenko del que ya existe una nueva entrega: la Séptima. Confío en poder hablar algún día de ella. Y a ver si logro también escuchar las Sexta y la Decimosegunda que se me han escapado.

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