miércoles, 6 de agosto de 2014

Heras-Casado y la Segunda de Mendelssohn: decepcionante

Creo que a muchos nos ha dejado perplejo Pablo Heras-Casado con dos circunstancias no precisamente musicales que han tenido lugar hace pocas semanas. La primera, ser portada de la revista rosa Lecturas, por haberse convertido en pareja de Anne Igartiburu, conocida presentadora de un programa "del corazón" en la televisión española. La segunda, aparecer anunciando relojes de marca, algo que ya habían hecho artistas como Kiri Te Kanawa o el recientemente fallecido Lorin Maazel. Bien, el joven maestro granadino sabrá qué tipo de imagen quiere dar al público. Personalmente no creo que necesite semejante promoción una trayectoria hasta ahora fulgurante a la que algunos aficionados habíamos dado nuestro pleno apoyo, porque nos parecía adivinar en él un enorme talento.


Lo que ocurre es que no hace mucho las cosas empezaron a cambiar, concretamente hace dos años en Granada con su Tercera de Schubert luego pasada al disco. Siempre para mi gusto, claro. Y ahora sigue la mala racha, aunque sin un descalabro tan grande como el anterior, con esta –para mí, insisto– decepcionante Segunda sinfonía, "Lobgesang", de Mendelssohn, grabada en 2012 asimismo para Harmonia Mundi; en esta ocasión no con instrumentos originales, sino con la mismísima Sinfónica de la Radio de Baviera a su servicio. Nada menos.

Es la suya una lectura extrovertida, vibrante, luminosa y de carácter marcadamente épica, admirablemente planificada y muy bien tocada, faltaría más. El problema es que Heras-Casado dedica mucho más tiempo a derrochar energía y entusiasmo que a atender a la vertiente lírica de la obra, a destilar la particular ternura ensoñada mendelssohniana e incluso a enriquecer su trazo decidido con matices expresivos. Incluso va un poco más aprisa de la cuenta, cosa que ya queda en evidencia en un primer movimiento –me refiero a la primera parte de la llamada “sinfonía”– apremiante y un punto machacón que apenas deja espacio para respirar.

El segundo, que con un Claus Peter Flor, por ejemplo, ofrece sensualidad y poesía embriagadoras, con el de Granada se queda en un mero interludio sin sustancia; al menos no es un cúmulo de amaneramientos a la manera de Abbado. Mucho mejor el Adagio religioso, en el que por fin nuestro artista encuentra la inspiración y hasta ofrece, en la sección central, aires dramáticos muy adecuados.

En la segunda mitad de la obra –la parte coral– nos sorprende el uso de un coro altamente nutrido, como también la opulencia de la cuerda y el protagonismo de los metales; y aunque la articulación es ágil, un punto incisiva –resabio de la actividad historicista del director–, a la postre la sonoridad resulta masiva. Todo ello, unido a la evidente búsqueda de la brillantez por parte del granadino, hace pensar que nuestro artista confunde esta obra con una especie de híbrido entre el Te Deum de Bruckner y El sueño de Geroncio. El resultado es vistoso e impactante, pero poco emotivo y no muy sincero, con la excepción de una vehemente sección dramática central que, además, se beneficia de la buena intervención del tenor Michael Shade; Christiane Karg resulta algo aniñada y Christina Landshamer cumple con corrección en su brevísima parte.

La toma sonora recoge muy bien el carácter masivo de la interpretación, con una gran atención a las frecuencias graves y al órgano. Pese a ello, no me parece un disco que pueda recomendar abiertamente. Como explicaré en la comparativa que estoy preparando, Claus Peter Flor es la opción ideal, aunque tampoco están nada mal Wolfgang Sawallisch y Peter Maag. En cuanto a Heras-Casado, seguiremos su futuro discográfico con atención: en su nuevo disco El maestro Farinelli dirige de manera admirable, así que no debemos tirar la toalla.

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