martes, 8 de marzo de 2016

Un perfil (no biográfico) de Harnoncourt

He tropezado con unos cuantos obituarios sobre Harnoncourt. Unos me han gustado mucho, otros regular y otros muy poco. Pero lo cierto es que a nadie le he leído nada sobre el modus operandi de este octogenario austríaco nacido en Berlín. Ni siquiera a los que saben muchísimo sobre la materia: teniendo en cuenta el perfil de los lectores de la prensa diaria, no parecía muy de recibo explicar ese tipo de cosas al personal. Casi todos se han limitado a la biografía y a subrayar su importancia en el campo del historicismo. Así que me pongo manos a la obra y voy a intentar, dentro de mis limitados conocimientos y dejando claro desde el principio que rara vez un disco de este señor me ha entusiasmado, explicar cuáles son las señas distintivas de Don Nikolaus a la hora de abordar el repertorio que más frecuentaba, esto es, desde Beethoven y Schubert hacia atrás. Los Brahms, Bruckner, Dvorák, Johann Strauss, Bartók y compañía los interpretaba de manera menos controvertida, más digamos convencional, a veces incluso cayendo en la blandura y en la falta de compromiso expresivo, pero sin que faltasen huellas de su personalidad. Y a eso vamos.


En primer lugar, y esto sí que se ha repetido hasta la saciedad, fue uno de los pioneros a la hora de recuperar los instrumentos originales para el repertorio barroco. Tanto es así, que su Concentus Musicus Wien sonaba francamente mal en aquellas tempranas experiencias. Lógico: literalmente sus chicos se encargaron de investigar cómo había que tocar esos instrumentos. Siendo cierto que hoy en día las orquestas historicistas ofrecen un virtuosismo muy superior al de la orquesta harnoncourtiana de toda la vida, no debemos olvidar que sin la labor de ésta, llegar a donde se ha llegado hubiera sido imposible.

Ahora bien, esta es otra característica de relevancia, Harnoncourt jamás ha sido un talibán de la cuerda de tripa. Desde fechas relativamente tempranas quiso dejar claro que también se podía tocar el barroco con instrumentos modernos, siempre que se hiciera con una articulación “históricamente informada”. Y cuando llevó sus instrumentos originales hasta el mundo del clasicismo, también quiso interpretar la música de Haydn y Mozart que tanto amaba con orquestas tradicionales, incluyendo las más importantes de Europa y más curtidas en la gran tradición: Filarmónica de Viena, Filarmónica de Berlín y Concertgebouw. En este sentido, no solo contribuyó a renovar sustancialmente la praxis interpretativa de las formaciones sinfónicas “modernas”, sino que también le dio en los morros a los que, sintiéndose más papistas que el Papa, calificaban la interpretación del repertorio anterior al siglo XIX como poco menos que un fraude si se hacía sin instrumentos originales.

En tercer lugar, sobresale el planteamiento de una articulación distinta, con el staccato cobrando importancia por encima del legato, y por tanto reivindicando la importancia del empuje rítmico y del momento concreto frente a la creación de grandes arcos melódicos y de macroestructuras. Nada que ver con la concepción del fluir del discurso musical a partir de un sentido orgánico del fraseo. En las antípodas, por tanto, de la gran tradición directorial centroeuropea, y muy particularmente de la que va desde Furtwängler a Barenboim. Alguien dirá que esta característica es común a todo el historicismo. Cierto es en buena medida, pero no debemos olvidar dos cosas: que Harnoncourt fue uno de los primeros en optar por esta vía, y que paradójicamente nunca se preocupó en exceso por aspectos como el tempo o el vibrato. Ni le gustaba ir tan rápido –hablo de velocidad media: luego volveré sobre el tema– como a otros colegas suyos, ni redujo tanto las vibraciones como lo hicieron otros, particularmente al ponerse delante de orquestas modernas. También se tomó bastantes más libertades sobre la partitura. Y en algunas ocasiones, pienso ahora en sus dos registros de El Mesías, resultó en determinados aspectos mucho más "romántico" que otros compañeros del historicismo.

En cuarto lugar, defendió un nuevo equilibrio de los planos sonoros en el que vientos y percusión reivindicaban su papel frente a la cuerda. De nuevo en esto no fue precisamente el único, pero sí pionero. Y con una importante idea en la cabeza: recuperar las sonoridades “de banda” que era cercana a las orquestas de aquellos siglos, tan chocante para quienes estamos acostumbrados a la sonoridad habitual en el siglo XX. La cuestión numérica propiamente dicha no le importaba tanto, porque de nuevo el maestro se mostró menos cerrado que muchos de quienes habían aprendido de él: se puede tocar con pocos instrumentos pero también con un buen número de ellos, tal y como se hacía en tiempos pasados. A Harnoncourt le interesaban más los referidos aspectos de fraseo y equilibrio de planos que lo nutrido de las fuerzas.



En lo que a las texturas se refiere, sin duda huyó de las densidades de la “gran tradición”, pero tampoco optó por las sonoridades ingrávidas ni pareció pensar que ligereza era necesariamente sinónimo de rigor histórico: a Harnoncourt le gustaban la cuerda grave oscura y rugiente, las maderas incisivas y los metales combativos, tratando todas las familias en bloques bien diferenciados sin buscar un empaste sedoso y pulido. Otra cosa muy distinta es que para la sensibilidad del oyente actual la cuerda resultase poco nutrida o, sencillamente, unas líneas de la polifonía cobrasen más importancia de la cuenta y otras perdiesen la que les corresponde.

Pero creo que aún no hemos dicho qué es lo que realmente singularizaba a nuestro artista desde el punto de vista expresivo. A mi entender, su personalidad residía en un concepto altamente teatral de la interpretación en el que la sequedad, la violencia y los grandes claroscuros se ponían muy en primer plano por encima de la atmósfera, la efusividad lírica o la reflexión. Harnoncourt reivindicaba el poder de la sequedad, de la rusticidad sonora, de la aspereza y del contraste hiriente. De la fealdad, incluso. También de la gamberrada. Reivindicó los ataques bruscos, el fraseo incisivo y el peso de los silencios, esto último no en el sentido digamos “centroeuropeo”, léase “bruckneriano”, sino en el del efecto teatral puro y duro. Y en el del efectismo. Lo hizo, además, con una clara voluntad de acentuar los contrastes. Entre grandes descargas de electricidad y momentos de una relajación alarmante por lo excesiva. Contrastes también entre timbres y entre masas sonoras. También entre las dinámicas, ofreciendo fortes abrumadores frente a pianísimos inaudibles, muy en la línea de su admirado Karajan. Y, por descontado, contrastes entre los tempi: aunque dijimos que en lo que a velocidad media se refiere no acostumbraba a ir tan rápido como otros colegas, hemos de añadir ahora que era muy dado a extremar velocidades tanto en un sentido como en el otro. El impacto del momento puntual –en este caso, la transición entre una notoria rapidez y una desconcertante lentitud, a veces cuando uno menos se lo espera– le interesaba mucho más que la unidad del discurso.

Otra característica fundamental de su personalidad es el espíritu experimental y antidogmático de sus aproximaciones, algo que se deduce de lo que hasta aquí hemos venido exponiendo. Como decíamos arriba, buena parte de quienes de un modo u otro le siguieron en la senda de los instrumentos originales han resultado ser más radicales que Harnoncourt, quien abandonó cualquier posición acomodaticia para llevarse toda su vida explorando nuevos senderos. No parecía sentirse a gusto cuando alguien esperaba que de su boca saliese la verdad absoluta. Ahora recuerdo una memorable entrevista que le realizó Álvaro Marías para Ritmo en la que, con manifiesta descortesía, dejó de contestar el cuestionario –ésta se desarrolló por escrito– porque decía que las preguntas venían desde unas posiciones –defensoras de los instrumentos originales– excesivamente dogmáticas.

Resultaba evidente su afán por no repetirse a sí mismo, por tantear nuevas posibilidades y por convertir la interpretación en una suerte de laboratorio en el que probar nuevas fórmulas; fracasadas unas, exitosas otras, pero todas ellas buen reflejo de su inconformismo y afán de superación. Cuando le preguntaron por su integral de las sinfonías de Beethoven, respondió que en unos años sería considerada simplemente como un paso más en la búsqueda de nuevos senderos en su interpretación. Visto lo visto y escuchado lo que ha venido después, tenía toda la razón del mundo, pese a que algunos intentaran considerar esas grabaciones como una especie de referencia, como una meta, más que como lo que realmente fue: un discutible pero muy interesante punto de partida.


Claro que si hay algo por lo que Harnoncourt sobresale es por su carácter iconoclasta y provocador. Se sentía muy cómodo en el papel de “agitador cultural”, esa etiqueta que Mortier reivindicaba para sí mismo y que es perfectamente adecuada para el berlinés. Cierto es que su erudición y su sabiduría eran inmensas, y que en todo momento fue capaz de argumentar sus decisiones basándose el profundo conocimiento de la historia, de la cultura y de la praxis musical concreta. Que las fronteras entre experimentación y provocación no están del todo claras. Que para los melómanos más tradicionales lo primero puede parecer lo segundo cuando en realidad no lo es. Pero también es cierto que le gustaba llamar la atención. Cuando decidió abrir su primer Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena con la Marcha Radetzky no se sorprendió nadie que conociera su personalidad. Como tampoco lo ha hecho que se despidiera del mundo del disco con esa demencial Quinta de Beethoven en la que parece haber querido firmar su propia caricatura con el trazo más grueso posible.

Afirma una leyenda urbana que nuestro artista dijo de sí mismo algo así como “tengo unos fans tan fieles que me aplauden incluso cuando dirijo mal adrede”. Desconfío de la veracidad del aserto (se non è vero…), pero sí que me imagino al maestro en el más allá partiéndose de risa ante las reacciones que hemos tenido quienes hemos puesto esa Quinta a caer de un burro y, no en menor medida, ante la cara de satisfacción de quienes han gozado con ella. Al final, la última carcajada es para Harnoncourt.

14 comentarios:

Sergio dijo...

Me encanta tu artículo.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

¡Muchas gracias, Sergio!

Anónimo dijo...

Le felicito por esta entrada. Creo que es un ejemplo de cómo tratar desde el respeto modos de interpretar que pueden no gustar o convencer. Su entrada anterior en la que “anunciaba” su futura crítica al que parece ser ahora el último disco del Maestro no me gustó porque había una intención, al menos para mí, de ridiculizarlo. Ojalá siga la línea de esta última entrada en el futuro sobre todo para aquellos artistas que no le gusten, o incluso le disgusten, pero que merecen el respeto y el esfuerzo por entender su visión de las distintas obras que abordan. Respecto a Harnoncourt, no olvidaré sobre todo el Haydn que le escuché en directo varias veces.

Dr. Ramsés dijo...

Ahora sí que digo que ¡Olé! Y gracias.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchas gracias. Si decir que su Quinta de Beethoven me parece una barbaridad e incluso una tomadura de pelo es faltarle el respeto a Harnoncourt, desde luego que se lo he faltado. Pero también se podría decir que él se lo ha faltado al compositor. Probablamente, ninguna de las dos cosas es verdad. Em mi caso, lo sería si lo hubiera calificado de sinvergüenza, de incompetente y de vendedor de humo (cosas que no creo que fuera en modo alguno, pese a su evidente tendencia a la provocación). En su caso, hubiera faltado el respeto a Beethoven si hubiera hecho todas esas cosas sin intentar justificarlas: lo cierto es que en la carpetilla lo hace, aunque a un servidor disten de convencerle los argumentos. Un saludo.

Anónimo dijo...

Fernando, muchas gracias por esta brillante y respetuosa entrada. Aunque sigo su Blog desde hace tiempo nunca me había animado a comentar y lo voy a hacer aprovechando el obituario de Herr Nikolaus.
Sin ánimo de caer en el solipsismo pienso que la música es a final de cuentas una percepción personal y subjetiva. Conformada por nuestros conocimientos, bagaje y escuchas, pero de forma intransferible. Es una forma del Arte. Y el Arte sucede. La música sucede en mi.
Viene esto a cuenta de algo que Vd. indica y que yo he vivido de otra manera. A mi Harnoncourt me entusiasma a menudo. Por razones musicales (me encanta la teatralidad e incluso la vehemencia) y por razones estrictamente personales. Siempre estaré agradecido a alguien que me ha hecho sentir tanta emoción. No puedo olvidar la sensaciones que experimentaba cuando siendo un mozalbete desprecintaba alguno de los volúmenes en vinilo del Bach Kantatenwerk. No olvidaré jamás mi asombro cuando escuché por primera vez su versión del duetto de soprano y alto de la BWV 78, yo que solo conocía la -por otra parte sublime- interpretación de Richter en Archiv.
Tampoco puedo olvidarme de mis desvelos para reunir 60000 pesetas y comprarme las Cantatas completas en CD cuando Teldec las pasó a serie media. O la felicidad que sentí el pasado verano al salir de una cueva londinense con la trilogía Monteverdiana en vinilo dentro de una bolsa.
Por todo esto siempre estaré en deuda con el gamberro de Johann Nikolaus Graf de la Fontaine und d’Harnoncourt-Unverzagt.
Muchas gracias por tu admirable Blog y recibe un cordial saludo desde Valladolid.
Jesús A. Esteban

Nemo dijo...

Estupendo artículo.
Lo mejor que he leído sobre Harnoncourt con motivo de su muerte. Nadie ha querido responder a la pregunta clave: ¿quién era?
Siempre inquieto, siempre buscando, incluso en yacimientos ya trillados. Siempre diferente, siempre cambiando.
Además, como bien dices en el cierre, este hombre era un erudito sincero y apasionado.
¡Descansa en paz y gracias por todo Nikolaus!

Juan Zaragoza dijo...

Una vez más, querido Fernando, coincido tanto en tus apreciaciones que cualquiera diría que estamos compinchados o que la telepatía existe verdaderamente.

Las coincidencias se producen, sobre todo, en el primer tercio del artículo. Más tarde abordas algunas cuestiones muy superiores a lo que yo soy capaz de discernir. No disiento en absoluto, así que las daré por buenas.

Si me preguntaran a mí, yo destacaría los siguientes puntos de Harnoncourt:

No conozco ninguna grabación que me haya gustado sobremanera ni que considere de referencia. Aceptables como mucho; horribles, muchas. Tengo varias grabaciones absolutamente aborrecibles (calificadas como referenciales en algunas guías) que intenté devolver a la tienda con desigual fortuna. Es el músico que más disgustos me ha dado. La palabra "caricatura" que tú has empleado en el blog, también la he utilizado yo para referime a lo que me parecen algunas de sus lecturas.

Coincido con muchos en su afán de "épater", de dar la campanada, de ser un provocador, de hacerlo todo distinto a los demás aunque sólo sea para llamar la atención.

Reconozco, como tú, el mérito de ser un pionero que, como tantas y tantas veces ocurre en esta vida (¿Podría decirse algo parecido de Arnold Schoenberg con respecto al dodecafonismo?) no alcanzan las mayores cotas, pero dejan abierto el camino a sus sucesores que son capaces de llegar mucho más alto. En consecuencia, considero que su importancia (que es mucha, aunque no sea santo de mi devoción) no es tanto por su legado directo como por la influencia y magisterio ejercidos por todos lo que han venido detrás.

Esto... para finalizar, una pequeña discrepancia: ¿Su admirado Karajan? Tenía entendido que se aborrecían, tanto en lo personal como en lo artístico.

http://www.emol.com/noticias/magazine/2004/12/06/166071/director-nikolaus-harnoncourt-acusado-de-comparar-a-karajan-con-hitler.html


¡Hasta pronto!

Juan Zaragoza.

Anónimo dijo...

Magnífico análisis y muy esclarecedor.Menos mal que te podemos leer aquí, ya que dejastes Ritmo.AMCSánchez.

Bruno dijo...

Es curioso que en la ópera se puedan escuchar abucheos, sin insultar, y en unas reseñas se arme una trifulca.
Lo digo por lo que pasa aquí y en el blog de su amigo Carrascosa, con la Noche Transfigurada, que ha dejado nublada la expresión de cada uno.
No se arruguen.
Por cierto estoy con las últimas sinfonías. No me gustan. No sé lo que diría Mozart. Pero no me gusta un Mozart brusco. Lo difícil es frasearlo bien, no andar a mamporros.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchas gracias a todos por vuestra participación.

Me alegra que mi texto haya gustado, y espero que sirva de algo. Al mí, por lo menos, me ha servido para reflexionar. Por ejemplo: si aceptamos que en la pintura barroca lo feo, lo grotesco, lo exageradamente teatral, lo abrubtamente contrastado son ingredientes fundamentales en determinados artistas, pienso ahora en Caravaggio, ¿por qué no vamos a aceptar interpretaciones de la música barroca donde esos conceptos tengan una importancia? Claro que los Carracci o Murillo, pongamos por caso, también forman parte del Barroco. Y no es menos obvio que no es lo mismo el Barroco que el (Neo)clasicismo, más bien todo lo contrario, y que por ende no parece adecuado aplicar conceptos de un estilo en el otro.

En cualquier caso, tengo cada vez más claro que el mayor valor de Harnoncourt no reside en el resultado digamos "expresivo" de sus interpretaciones, sino en la manera en que a través de ellas ha conseguido que los melómanos de varias generaciones nos vayamos haciendo preguntas como ésta.

A Juan Zaragoza, indicarle que la admiración de Harnoncourt por Karajan la expone José Luis Pérez de Arteaga en su magnífico obituario:

http://www.larazon.es/cultura/harnoncourt-el-musico-irreductible-y-vital-EB12131126#.Ttt1KNLhvoxbqd5

http://www.beckmesser.com/obituario-harnoncourt-el-vitalista-irreductible/

A Bruno, comentarle que a mí sí me gustan sus recientes versiones de las tres últimas sinfonías de Mozart (que él quería que se escuchasen como en el vídeo de YouTube, las tres seguidas como si fueran una única obra). Creo que hay muchas cosas nuevas interesantes ahí. Pero sí, también creo que hay demasiado "mamporro". En fin, cosas de Harnoncourt. Saludos.

Bruno dijo...

Hay muchas cosas nuevas, efectivamente. Pero me pregunto, ¿quién respeta mejor la partitura? ¿Cientos o el talento repentino de Harnoncourt que va cambiando cada cosa? No soy profesional pero me cuesta trabajo pensar que lo que hace es seguir a Mozart. Se lo inventa. Igual yo lo hacía si no conociera las obras y me dijeran: Hazlo tú a tu aire. Así puede salir cualquier cosa. No es que no invente sino que cada cosa nueva que proponga ha de ser mejor que lo ya se ha dicho antes. Cambiar para empeorar no tiene sentido.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Más que de respeto a la partitura, Bruno, yo hablaría de respeto a las intenciones del compositor. Furtwängler se tomaba muchísimas libertades frente a las notas, pero ¡qué manera de profundizar en ellas! Las libertades de Harnoncourt, por el contrario, a veces -no siempre- parecen buscar antes el impacto frente al oyente tradicional que el servicio a la idea expresiva. Por descontado, insisto en lo expuesto arriba, el berlinés realizaba atractivas argumentaciones de sus propuestas, pero lo cierto es que a mí muchas veces no me terminaban de convencer. Por eso estoy de acuerdo con usted. Y por eso rara vez me entusiasmaba Harnoncourt, lo que no significa que le niegue su enorme importancia a la hora de abrir nuevas vías. Saludos.

Lucy dijo...

Muchas gracias por tu iluminador artículo.

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