domingo, 29 de mayo de 2016

Tchaikovsky (muy) decibélico con la Orquesta de Murcia

Aunque acudí a la ciudad del Segura para escuchar el concierto que ofreció ayer Pinchas Zukerman, aproveché para hacer dos noches y, además de seguir conociendo el patrimonio artístico de la zona, escuchar a la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia en su concierto de abono del viernes 27. Programa íntegramente balletístico integrado por obras de Stravinsky y Tchaikovsky bajo la dirección del para mí desconocido maestro norteamericano Dorian Wilson. Al llegar descubrí que acababa de empezar una charla con el artista. Ante un público escaso y de edad bastante avanzada, dijo algunas cosas muy interesantes sobre su experiencia con Bernstein y Barshai. Por ejemplo, que el primero se consideraba al nivel de los compositores a los que dirigía, y que por ende no tenía reparos en tomarse considerables libertades con las partituras; o que en sus ensayos –los de Lenny– eran fascinantes porque se hablaba de todo tipo de temas culturales y políticos. Pero sobre todo subrayó Wilson su deuda con Gustav Meier, director austríaco al que considera su verdadero mentor y que acababa de fallecer, qué coincidencia, justo un día antes.


En la primera parte hizo Wilson un fenomenal trabajo recreando el Divertimento basado en El beso del hada, alejándose de la sequedad con que con frecuencia se aborda al Stravinsky neoclásico –"neotchaikovskiano", en este caso– y ofreciendo vivacidad, sentido del ritmo y fuerza expresiva sin descuidar precisamente la claridad en las texturas, bien equilibradas y ricamente coloreadas. Otra cosa es que algunos pensemos que la partitura es un monumental ladrillo.

Lago de los cisnes y La bella durmiente sí que son dos verdaderas obras maestras, y escucharlas en directo, aunque sea en sus respectivas suites, resulta un verdadero placer. Pero aquí Wilson estuvo menos afortunado. De hecho, aún no sé si me convencieron sus interpretaciones. Me gustó que hiciera uso de tempi lentos que permitieron clarificar las texturas y dejar respirar a la música; también que apostara por el pathos, por la densidad sonora y por la profundidad dramática antes que por esa ligereza más o menos delicada y amable con que a veces se aborda este repertorio; y más aún que cantara las melodías con una naturalidad y una intensidad ejemplares, porque eso potenció lo mejor de esta música. Tampoco me dejó de complacer que su sentido del humor tuviera un punto de recochineo y sana rusticidad muy convenientes. Pero no me gustó que el fraseo fuera parco en matices, que se atendiese poquísimo a la variedad de la gama dinámica y, sobre todo, que se apostase de manera decidida no ya por el forte, sino por el "megafortísimo", hasta el punto de que la acumulación decibélica llegaba a molestar. Disfruté mucho a ratos, pero por momentos me sobresalté en mi asiento.

¿Y la orquesta? Pues verán, en otras ocasiones en las que la he escuchado aprecié limitaciones, pero la noche del viernes la encontré en una muy digna forma. Más que eso: los violines ofrecieron un empaste y una belleza sonora como a pocas formaciones españolas le haya escuchado yo nunca. Y solistas hay unos cuantos muy destacables: clarinete, trompeta y arpa me gustaron especialmente. Posiblemente haya sido Wilson quien hizo que diesen lo mejor de sí, porque los músicos le aplaudieron al final radiantes de felicidad.

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