sábado, 25 de junio de 2016

El rey Candaules en Sevilla: mereció la pena

Estuve ayer en la última de las tres funciones que el Teatro de la Maestranza ha ofrecido de El rey Candaules, estreno escénico en España –ya se había hecho en versión de concierto– de la ópera póstuma de Alexander von Zemlinsky. Mereció muchísimo la pena. En primer lugar, porque la obra reviste considerable interés. El autor de la Sinfonía lírica empezó a escribirla en 1935 y, tras huir a los Estados Unidos, siguió trabajando en ella con vistas a estrenarla en el Metropolitan de Nueva York. Tras ser advertido de los problemas que iba a encontrar con la censura dejó la partitura inconclusa, y no sería sino hasta hace un par de décadas cuando los bocetos toman forma merced a la labor del musicólogo y director británico Anthony Beaumont, quien realiza la edición que estrena Gerd Albrecht en Hamburgo en 1996: existe testimonio en audio en el sello Capriccio, y además en YouTube se puede localizar la filmación de los dos primeros actos. El resultado fue una obra un tanto fuera de su tiempo en lo que se refiere a su libreto –de carácter más o menos simbolista, obra del propio compositor sobre una pieza de André Gide–, pero dotada de una música con bastante garra que va de menos a más, desde un primer acto discreto en inspiración y un punto tedioso hasta un tercero impactante, pasando por un segundo donde se despliegan ese lirismo sensual y turbulento que hace tan subyugante la personalidad del compositor austríaco. Todo ello servido con una orquestación admirable en la que Beaumont demuestra conocer muy a fondo el estilo del autor, tanto como lo ha hecho empuñando la batuta en algunos discos que están francamente bien.


La interpretación escuchada en el Maestranza me ha parecido globalmente superior a la del estreno. Gran baza de la misma ha sido la dirección de Pedro Halffter, no inferior a la magnífica de Albrecht: si el recientemente desaparecido director alemán atendía sobre todo a los aspectos más dramáticos y escarpados del drama, obteniendo clímax de enorme intensidad, el madrileño ha ahondado en la vertiente lírica y atmosférica de la partitura, extrayendo un extraordinario partido de una Sinfónica de Sevilla ejemplar –aunque supongo que a los músicos les cuesta reconocerlo, es con él con quien mejor suenan– y haciendo gala de ese extraordinario sentido de la atmósfera y de las texturas que posee su batuta, como también de esa flexibilidad y esa voluptuosidad en el fraseo que le conocemos quienes estamos acostumbrados a escucharle. Pero es que, además, lo ha hecho sin optar por esa excesiva suavización en la tímbrica y esa relajación en las tensiones que otras veces ha evidenciado en este repertorio: ya desde esos primeros compases que tanto recuerdan (¿demasiado, quizá?) a El castillo de Barbazul, el maestro dejó claro que los colores iban a ser adecuadamente incisivos y que el buen pulso y el sentido narrativo iban a estar garantizados. Un trabajo de foso formidable.

Vocalmente la página gira en torno a tres personajes que conforman un peculiar triángulo amoroso: Candaules, su esposa Nyssia y el percador Gyges, verdadero protagonista de la obra. El primero corrió a cargo de Peter Svensson, tenor con verdadera voz heroica, de reluciente metal en el agudo, pero con limitaciones técnicas a la hora de enfrentarse a su largo y dificilísimo rol. Empezó francamente mal, calando de manera ostensible, pero poco a poco se fue centrando y realizó una labor cuanto menos plausible, no particularmente matizada pero sí expresiva y sincera. El instrumento de la soprano Nicola Beller Carbone –la recuerdo como Pepita Jiménez– es de bastante menos interés, pero en este caso la técnica sí que es muy sólida: esta señora canta muy bien e interpreta con gran acierto. En cuanto al barítono Martin Gantner, su voz resulta más lírica de la cuenta, pero aun así resultó muy convincente en su papel tanto en lo vocal como, más aún, en el plano escénico, aunque sus dos compañeros no fuera precisamente malos actores sino todo lo contrario. Entre el resto de los cantantes –encarnando a los muy aduladores cortesanos del monarca– hubo de todo, sobresaliendo la extraordinaria labor de Mikeldi Atxalandabaso como Sebas.


La producción escénica venía del Teatro Massimo de Palermo –de ahí proceden los clips en YouTube– y corría a cargo de Manfred Schweigkofler, él mismo resposable de una atractiva escenografía dividida en dos alturas que da bastante juego. Se trata de una propuesta de corte naturalista, con algunos elementos conceptuales bien integrados, que globalmente resulta muy sensata y se encuentra materializada con una notable utilización de los recursos teatrales. Solo chirriaron la escena en que Candaules le ofrece vino a Gyges –poco atenta al libreto, mal resuelta– y el numerito erótico el preludio del acto tercero, a mi entender menos provocativo de lo que pretendía a pesar de que algunas señoras, haciendo gala de muy escasa educación, decidieran marcharse ruidosamente ante la incomodidad –para ellas, claro– de tener que ver tetas sobre la escena. La dirección de actores fue irreprochable, mientras que visualmente se impuso la bellísima y muy sugerente luminotecnia de  Claudio Schmid.

En fin, una obra interesantísima servida con voces aceptables, notabilísima escena y soberbia labor de foso. Yo disfruté de manera considerable, y me parece que así lo hicieron los muchos melómanos que bravearon con entusiasmo al final. Una pena que el año que viene la programación lírica del Maestranza renuncie a los títulos más o menos inhabituales del siglo XX a los que nos tiene acostumbrados Pedro Halffter: llevarlos a escena tiene que ser el signo de identidad que permita distinguir al teatro sevillano de otros centros líricos que se empeñan en ofrecer una y otra vez lo mismo de siempre. 

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