miércoles, 15 de junio de 2016

El Shostakovich (casi) magnífico de Afkham con la Nacional

El paréntesis en el título de esta entrada tiene que ver con lo que escribí en la anterior acerca de la Quinta Sinfonía de Shostakovich. ¿Se debe leer el decibélico movimiento conclusivo con segundas intenciones, o debe limitarse la batuta a interpretarlo con el mayor sentido épico posible, apostando por la brillantez y el triunfalismo a pesar del significativo giro tonal que apunta Tilson Thomas en su análisis? El maestro David Afkham, nuevo titular de la Orquesta Nacional de España, pareció entender lo segundo en su concierto del pasado sábado 11 de junio. Consiguió así que el público reaccionara con enorme entusiasmo, pero también que un servidor, shostakoviano confeso, se quedara con un sabor agridulce en los labios, porque podía haberse tratado de una enorme interpretación de haber abordado de manera diferente ese final.


Y es que el joven director alemán, ya desde un arranque que le sonó con una intensidad muy particular, dio una verdadera lección de tensión sonora, de control de los medios y de fuerza expresiva, haciendo que el primer movimiento alcanzase picos de enorme dramatismo, el segundo desbordase entusiasmo bien mezclado con ese punto de ironía que le resulta imprescindible, y el descorazonador Largo, más que hondo y nihilista –opción que sigue siendo mi preferida– desprendiera un dolor y una rebeldía acongojantes. Todo ello, además, haciendo que Shostakovich sonara claramente a Shostakovich, y no a Tchaikovsky. Lo dicho una interpretación (casi) magnífica, sin duda superior a la Décima del mismo autor en el sello Orfeo aquí comentada.

De la primera parte no se pueden decir tantas cosas buenas. De hecho, no encuentro ninguna. En el Concierto para piano nº 1 de Brahms la Nacional de España sonó no ya sin ese particular toque brahmsiano tan difícil de conseguir, sino de manera mediocre, con violines algo ácidos y unos metales –en el arranque, particularmente– de alarmante pobreza: nada que ver con el formidable trabajo que los mismos músicos ofrecerían un rato después en Shostakovich. Tampoco acertó Afkham en la expresión, limitándose a leer la partitura sin atender a las monumentales líneas de tensión y distensión del primer movimiento, ni al particular lirismo doliente y emotivo del segundo; el tercero le quedó algo mejor, porque en él su temperamento extravertido le hizo inyectarle garra a la música.

Claro que lo peor vino por parte del pianista, un joven llamado Francesco Piemontesi, quien sin duda toca muy bien (¡faltaría más!) pero evidencia un gusto por la delicadeza excesiva, por el preciosismo y hasta por la blandura –escucho ahora por Spotify algunas grabaciones suyas– que le hace quedar lejísimos de responder a la potencia sonora y a la fuerza expresiva que exige la op. 15 brahmsiana.

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