miércoles, 12 de abril de 2017

La Pasión según San Mateo por Herreweghe en el Maestranza: más belleza que emoción

En abril de 1998 Philippe Herreweghe y su Collegium Vocale de Gante ofrecían en el Villamarta una Pasión según San Mateo que me gustó muchísimo. Pocos meses más tarde el maestro belga llevó la obra por segunda vez al disco –su versión de 1984 no la conozco– con un elenco vocal de campañillas, si bien sustituyendo al soberbio Evangelista de Mark Padmore por el menos convincente –y más comercial– de Ian Bostridge. En su momento me encantó. Pero no hace mucho pude repasar el registro, y la verdad es que el excelente recuerdo que tenía se diluyó un poco, no solo por alguno de los cantantes sino también por el propio Herreweghe, de quien en todo ese lapso de tiempo he tenido la oportunidad de conocer cosas tan maravillosas como su colección de cantatas bachianas, tan interesantes como su Berlioz o su Schumann, tan flojas como su Bruckner o tan horrendas como su Novena de Beethoven o su Cuarta de Mahler, probablemente dos de los peores discos de mi discoteca.


Pues bien, el pasado sábado 8 le volví a escuchar la BWV 244 en directo, esta vez en el Teatro de la Maestranza como clausura del Festival de Música Antigua. Mi impresión es parecida a la que tuve hace justo dos años de su Pasión según San Juan aquí comentada. De esta última escribí que se trataba de una lectura "muy hermosa en lo sonoro, particularmente bella por la asombrosa calidad del coro del Collegium Vocale de Gante; que se encuentra fraseada con fina sensibilidad, amplitud cantable y perfecto equilibrio entre ligereza y densidad –y no solo por la moderación numérica de las fuerzas congregadas–; que desprende un cálido recogimiento espiritual no exento de una sensualidad muy atractiva; pero también que las aristas están en exceso pulidas, que la brillantez y la teatralidad (¿pensaría el belga en el mojigato público de Leipzig que tantos problemas diera al Cantor?) brillan por su ausencia, que las tensiones internas se encuentran algo relajadas, que los claroscuros son escasos…". Dicho de otra manera, hubo entonces más belleza que emoción. Como ahora.

Ahora bien, debo reconocer que estamos hablando de dos partituras con importantes diferencias entre sí, y que la óptica del maestro belga funciona bastante mejor con La Pasión según San Mateo, por la sencilla razón de que se trata de una obra mucho menos teatral, más reflexiva que su hermana presuntamente menor, y que por ende el planteamiento recogido, sereno y humanístico de Herreweghe resulta muy plausible. Por eso he disfrutado más ahora que entonces, diría que bastante más, y aunque siga sin parecerme la suya una dirección referencial –me sigo quedando con la de Koopman en Erato, no así como la que tiene el holandés en DVD–, creo que sus virtudes pesan mucho más que sus insuficiencias.

Con la calidad de los resultados ha tenido mucho que ver el Collegium Vocale de Gante, que el otro día ofreció una de las mayores lecciones de canto que yo jamás haya escuchado en directo. Su afinación y su empaste –a tres voces por parte– son increíbles. ¡Y con qué plasticidad lo trabaja Herreweghe! Tampoco la plantilla instrumental es manca: acudo al programa de mano del Villamarta y compruebo que, aunque se echa de menos a gente como Philippe Pierlot o Marc Hantai, han repetido algunos de los nombres más veteranos y prestigiosos del conjunto: Beukels, Ponseele, Kitazato... La concertino de la Orquesta I ha sido ahora Christine Busch, maravillosa en "Erbarme dich". Muy poco me gustó, por el contrario, el concertino de la Orquesta II, un Baptiste Lopez que en "Gebt mir mienem Jesu wieder" hizo gala de todo el repertorio de tics que le dan mala fama a los instrumentos originales. Tampoco me hizo mucha gracia la viola da gamba de Romina Lischka, si bien el público del Maestranza la aclamó con entusiasmo.

Puede que la voz de Maximilian Schmitt no sea la más personal posible, ni su técnica la más depurada; tuvo problemas, por ejemplo, en los melismas de las negaciones de San Pedro ("Und ging heraus und weinete bitterlich"). Sin embargo, el tenor alemán me convención plenamente por cantar el Evangelista con valentía, con teatralidad y con convicción, muy lejos de las melifluidades y amaneramientos del redicho Bostridge. Jesús fue Florian Boesch, asimismo teatral y expresivo, diríase que un punto operístico, aunque a mi entender esta parte necesita una aproximación menos terrena, más espiritual, que ponga mejor de relieve la naturaleza al mismo tiempo divina y humana de Cristo. ¿Han escuchado a ustedes a un tal Fischer-Dieskau en el papel? Pues eso.

Hubo dos solistas por cuerda repartiéndose las arias. Quien más me gustó fue la soprano Dorothee Mields, una voz de calidad, con cuerpo, cálida y expresiva, lejos de lo que hoy se acostumbra en este repertorio: voces todo lo históricamente informadas que se quiera pero por lo general indiferenciadas y sin personalidad, un punto anodinas.Justamente eso es lo que se puede decir de su colega Grave Davison, así como de los tenores Reinoud van Mechelen y Thomas Hobbs, todos ellos mucho más que solventes pero sin ese plus que demanda música tan estratosférica. Me irritaron la voz blanquecina y el fraseo relamido de Alex Potter, una especie de Bostridge en contratenor, aunque por ventura en "Erbarme dich" se mostró bastante centrado; globalmente estuvo mejor Damien Guillon. En cuanto a los bajos, aceptable sin más Tobias Bernt y ya muy mayor Peter Kooij, un señor por el que nunca he sentido la admiración que suele despertar entre los aficionados. Es de justicia citar la soberbia labor de Mathias Lutze com Pedro y el Pontífice II.

En fin, una interpretación globalmente de muy considerable categoría. La disfruté mucho, sobre todo en lo que a la parte coral se refiere. Pero, qué quieren que les diga, no puedo quitarme de la cabeza lo que hicieron Christa Ludwig y Walter Berry, junto con el citado Fischer-Dieskau, allá por 1961 en la versión de Otto Klemperer. O lo que el genial maestro de Breslau hizo entonces con el coro conclusivo. Eso sí que es estar a la altura de la obra.

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