sábado, 5 de agosto de 2017

Barenboim y Argerich en la Plaza Vaticano de Buenos Aires

Trece días después de su segundo concierto en los Proms –tengo aún que escribir sobre él–, concretamente el 29 de julio, Barenboim se presentaba junto con su amiga Martha Argerich en la Plaza Vaticano de Buenos Aires para ofrecer un tan breve como multitudinario concierto que anda circulando por la red, con aceptable imagen y deficiente calidad de sonido –prácticamente monofónico–, y que me gustaría ahora comentar brevemente, aunque sea por el relativo mal sabor de boca que me ha dejado.

Y es que ese día Barenboim, a mi entender el más genial intérprete de música clásica de nuestro tiempo, no estuvo bien de dedos. Ojo, que me limito a decir dedos: gran parte su enorme técnica pianística sigue ahí, incluyendo su habilidad para extraer colores, para obtener densidad sonora (¡qué registro grave!), para planificar tensiones, para crear grandes arcos melódicos... Pero lo cierto es que no estuvo muy ágil que digamos, por lo que el diálogo con Argerich, espléndida, se resintió un tanto. Quizá tuvieran parte de la culpa las malas condiciones bajo las que se ofreció el recital, sufriendo un insoportable ruido de tráfico –bien presente en la transmisión– del que Barenboim se quejó con visible molestia en una de sus breves alocuciones al respetable. Estas cosas le molestan muchísimo al maestro: aún recuerdo su monumental cabreo del concierto que dio al aire libre en Algeciras hace años.

Dicho esto, las interpretaciones de este concierto porteño fueron de enorme altura. La Sonata para dos pianos en re mayor, KV 448 de Mozart fue similar a las dos filmaciones comerciales de 2014, la de Berlín y la de Buenos Aires. Es decir, una recreación claramente en estilo Argerich, lo que significa que la vitalidad, la chispa y la inmediatez expresiva se imponen sobre otras consideraciones, sin que escaseen precisamente los matices poéticos.

Vino a continuación la obertura del Holandés errante en la inhabitual, y magnífica, transcripción para dos pianos de Claude Debussy. Tratándose de Wagner, aquí quien llevó la voz cantante un Barenboim que supo imponer su concepto denso y visionario de este universo sonoro, lo que no impidió a la electrizante Argerich sentirse como pez en el agua desatando tempestades marinas.

En los bises volvieron las transcripciones de Debussy, concretamente del Lago de los cisnes: una Danza española y una Danza napolitana recreadas con una chispa, una elegancia y una delectación melódica abrumadoras. Entre medias, Bailecito de Guastavino: pura melancolía argentina sublimada sen poesía de altísimos vuelos por nuestros dos artistas.

Confío en que las limitaciones digitales de Barenboim no hayan sido más que una molestia pasajera. Sus cualidades interpretativas, desde luego, permanecen intactas. Por no hablar de su talento sobre el podio, del que tendré la ocasión de decir más cosas en los próximos días.

PS (18/08/2017). El vídeo ha desaparecido de YouTube.  Comprensiblemente, a Barenboim no le hace gracia de que este testimonio ande circulando.

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