martes, 7 de noviembre de 2017

Heras-Casado graba Tchaikovsky en Nueva York

La intensa relación de Pablo Heras-Casado con la neoyorquina Orchestra de St. Luke’s, relación que ha alcanzado su cénit con el reciente nombramiento del maestro granadino como primer director laureado de la formación, de momento ofrece como único testimonio discográfico este disco registrado por Harmonia Mundi entre 2014 y 2015 en el que se abordan dos obras no especialmente conocidas, pero muy interesantes, de Piotr Ilich Tchaikovski: la Sinfonía nº 1, de la que por aquí ofrecí hace tiempo una discografía comparada, y el poema sinfónico La tempestad. Los resultados no son malos, pero sí decepcionantes.


No sé si el problema de esta Sueños de invierno es que la batuta no tiene muy claro el tipo de Tchaikovsky que quiere hacer, o más bien algo tan sencillo como la falta de fe en la partitura, pero lo cierto es que los resultados se quedan un tanto a mitad de camino. El primer movimiento está dicho con rapidez, trazo decidido y apreciable frescura, pero sin echarle mucha imaginación al asunto a la hora de frasear, quedándose un tanto en la superficie de las posibilidades poéticas de la página. Heras-Casado busca el mayor contraste posible en el segundo, optando aquí por la lentitud contemplativa; no es precisamente mala opción, pero el resultado no tiene que ver con esa emotividad intensa y un punto acongojante que obtenía Rostropovich en su referencial lectura, llena de sensualidad y humanismo al mismo tiempo, sino que más bien recuerda a Abbado cuando el maestro milanés se ponía insoportable recurriendo a portamenti blandengues, sonoridades ingrávidas y texturas en exceso pulidas. El tercer movimiento está muy bien, aunque en el trío vuelva el exceso de refinamiento mal entendido. Y el Finale está lleno de animación y vistosidad, pero a la batuta, que atiende bien a la claridad de los pasajes fugados, se le escapan las brumas de la introducción y evidencia poca convicción, sobre todo cuando en la coda cae en el peor de los tópicos del Tchaikovsky de bombo y platillo, con una percusión cuyos excesos pone bien de manifiesto una excelente toma sonora realizada a volumen muy bajo.

Mejor funcionan las cosas en la recreación de La tempestad, en la que venturosamente no hay aquí rastro de vulgaridad ni de estruendo. La música fluye con naturalidad y amplitud, sin nerviosismo, mientras que la batuta trabaja de manera irreprochable los planos sonoros y traza con cuidado las texturas del inicio y del arranque de la página. Sin embargo, en los referidos momentos se echa de menos esa brumosa sensualidad y ese sentido del misterio que conseguía Abbado en su magistral recreación frente a la Sinfónica de Chicago, al igual que las escenas de amor necesitan mayor incandescencia y el pasaje dedicado a Calibán se queda corto en garra, ya que no en incisividad y sentido de lo grotesco. En cualquier caso, cierta sensación de frialdad termina imperando en esta recreación que seguramente el público neoyorquino pudo disfrutar mucho en directo –aunque el registro no es en vivo–, pero que inmortalizada en disco no aporta nada especial y deja un tanto en entredicho –una vez más– que el arte de Heras-Casado crezca de la misma manera en que lo hace su prestigio internacional.

1 comentario:

Cristian Muñoz Levill dijo...

Después de conocer la Primera de Rostropovich, no encuentro nada nuevo ni equiparable en las lecturas más recientes.
Respecto a La tempestad se vuelve más complicado, por lo relativamente escueto de su discografía. Mi favorita, en contraste a la de Abbado, es la versión de Svetlanov con la Sinfónica de la URSS.

Saludos!

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