lunes, 18 de diciembre de 2017

Réquiem de Fauré por Giulini y Celibidache

He tenido la oportunidad de escuchar seguidas dos grabaciones del Réquiem de Gabrie Fauré. La primera es vieja conocida, y la tengo por una de las cosas más bellas que jamás he escuchado: Carlo Maria Giulini al frente de la Orquesta Philharmonia y su coro en Deutsche Grammophon, registro de 1986. De la otra no guardaba ningún recuerdo: Sergiu Celibidache y los conjuntos de la Filarmónica de Múnich en concierto de marzo de 1994 editado comercialmente por EMI. Ha merecido la pena compararlas.


Me resulta muy difícil escribir sobre la de Giulini, tal es la admiración que siento por ella. Los tempi son muy lentos, sin que se pierda nunca el pulso y haciendo gala siempre de la mayor lógica y naturalidad. El fraseo resulta extremadamente cálido, encontrándose todas y cada una de las frases paladeada con la más increíble delectación melódica mediante un supremo dominio del legato. La sonoridad se encuentra muy difuminada y mira sin disimulo al mundo impresionismo, no en balde el registro se acompaña de una sublime Pavana para una infanta difunta. Las dinámicas se mantienen casi siempre en piano, otorgando a esta lectura un carácter especialmente recogido e íntimo, pero sin que se confunda esto (¡en absoluto!) con timidez, con resignación o con falta de tensión dramática: escúchese el Dies Irae para comprobarlo.

En cualquier caso, lo que singulariza a esta interpretación, como a tantas del maestro italiano en su periodo de mayor inspiración creativa –desde mediados de los setenta hasta muy principios de los noventa: después se dejó llevar por la blandura–, es su peculiar mezcla de elevación espiritual y sensualidad muy, pero que muy terrena. No diría yo que a esta lectura le falte sentido de lo trascendente, pero lo cierto es que ese "más allá" que nos plantea Giulini está lleno de voluptuosidad, incluso de carnalidad, de goce sensorial, siempre en perfecta combinación con la hondura reflexiva y sin quedarse en la mera epidermis sonora ni caer en amaneramientos. No hace falta insistir más: una dirección sublime que cuenta con la inmejorable complicidad de una orquesta y un coro extraordinarios, de una Kathleen Battle exquisita (¡nada de cursilerías esta vez!) y de un Andreas Schmidt cálido y de depuradísima línea de canto.


A la versión de Celibidache le ha sentado fatal la comparación. Me esperaba bastante más del rumano, quien solo aventaja a su colega en un aspecto: mucha mayor atención, ya desde los compases de apertura, a los aspectos escarpados de la página. Su recreación resulta voluntariamente menos recogida, menos amorosa, y tiene mucho más en cuenta que la partitura que tiene por delante no es sino una misa de difuntos. Hay acentos inquietantes –el modo en que frasea el coro "et lux perpetua"– que revelan riesgo y personalidad. Sin embargo, a pesar de encontrarnos ante un maestro caracterizado precisamente por su singular capacidad para trascender la música, su recreación es mucho menos poética que la de Giulini, léase menos inspirada. Incluso a veces parece algo fuera de lugar: el órgano resulta pimpante en el In paradisum. Por descontado que elegancia, claridad y sentido del color están garantizados, pero la magia sonora y la inspiración poética no llegan a volar demasiado lejos. También es cierto que el coro de la Filarmónica de Múnich queda muy por debajo del de la Philharmonia. Defrauda asimismo Alan Titus con un canto sin nobleza y un punto engolado. La gran Margaret Price sí que hace gala de una apreciable sensibilidad, amén de un importante dominio de la respiración, pero su voz parece tocada.

Las cosas están claras: la versión de Giulini hay que tenerla en la estantería, por descontado que junto a la de Cluytens. La de Celibidache es solo para los especialmente interesados en el arte del maestro rumano.

4 comentarios:

Nemo dijo...

Tengo estas dos versiones, y una vez más coincido mucho con los comentarios de Fernando.

La versión de Giulini es la primera que escuché y tuve, y me parece mágica. Iridiscente diría yo. Envuelta en un brillo especial. Muy hermosa. Claro que, al ser la primera que tuve, escuchada muchas veces, es la referencia personal. No obstante, ninguna otra hace que la olvide.

La de Celibidache nunca acabó de gustarme por la lentitud exagerada de los tempi. Ello no sienta mal a músicas armónicamente o contrapuntísticamente densas, pero esta música de largas melodías de Fauré queda en exceso diluida, desilachada. Ahora bien, Celibidache tiene otra grabación de la obra (año 82, peores cantantes), aparecida en el "paquete" aquel que recogía varias actuaciones con la Sinfónica de Londres, con buen sonido estéreo. Los tempi son algo más rápidos (no demasiado) y la versión me gusta más, es más compacta, si bien no iguala tampoco la magia maravillosa alcanzada por Giulini.

Julio César Celedón dijo...

Nunca me he dado a la tarea de comparar esta obra (realmente no le he entrado mucho a Fauré, aunque lo poco que conozco me gusta), pero precisamente la versión de Giulini es la que tengo en mi discoteca y la amo. Si escuchara algunas otras versiones, creo que las haría menos por lo mismo.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Gracias por compartir sus impresiones, Nemo. Intentaré escuchar esa de Celi con al LSO.

Julio César: pruebe con Cluytens, no se arrepentirá.

Antonio Pérez Villena dijo...

Suscribo tu pasión por la grabación de Giulini, fué también la primera que tuve y luego ninguna que he comparado me ha satisfecho. No sé como explicar que tiene esa obra en sus manos, pero voy a decir tal vez una burrada "se puede uno morir a gusto y tranquilo".

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